domingo, 9 de agosto de 2015

Esos días de verano (I)

Me encanta el verano, es mi estación preferida, desde niña no la cambio por ninguna otra.
Recuerdo el término de las clases, la entrega de notas y las despedidas de algunos compañeros. Pero empezaba ¡el verano!


Lo primero y más importante es que no había que madrugar, podía prolongar mi estancia en la cama horas con tal de evitar los deberes de verano que mi madre me obligaba hacer. Empecé con los cuadernillos Rubio, caligrafía, cuentas, problemas, hasta que llegaron los cuadernos de vacaciones Santillana. Los empezaba con mucho interés, pero iba disminuyendo según pasaban los días y mi cabeza olvidaba el colegio. ¿Para qué hacer deberes cuando podía bajar a la piscina?


Donde he pasado más horas durante mis veranos ha sido en la piscina (más tarde, se puede decir que gran parte de mi vida se ha desarrollado en las piscinas). A las doce ya estábamos todos reunidos para entrar por la puerta, dejábamos las toallas en el césped y salíamos corriendo para tirarnos al agua. Podíamos pasar horas haciendo el pino, jugar a las peluqueras y hacernos tupés imposibles, o tirarnos de mil formas (¿quién no se ha tirado de palito, bomba...hacerlo de cabeza ya era otro nivel). No nos cansábamos, y si lo hacíamos, lo nuestro eran las cartas. Comenzamos por el cinquillo, era muy sencillo y nos terminó aburriendo, pasamos al chinchón, podíamos estar toda la mañana hasta que uno llegaba a cien y perdía, lo que llevaba el consiguiente baño. El gran descubrimiento fue "culo", con este juego amortizábamos toda la mañana, la tarde e incluso la noche, se nos podía considerar unos ludópatas.

A las tres de la tarde entraba por la puerta de mi casa para prepararme para comer porque mi padre llegaba de trabajar más o menos a esa hora y así comíamos juntos. Si por mi hubiera sido, con el último bocado en la boca hubiera cogido la toalla y en tres minutos estaría en la piscina, pero no, todos conocemos a nuestra amiga digestión, esa que te hacía quedarte en casa hasta que pasaran dos horas porque si te metías antes en el agua te podía dar un corte de digestión. Me acuerdo que le decía a mi madre que me dejara bajar que hasta las seis no me metía en el agua, pero no colaba, bien sabía mi madre que si me dejaba ir a la piscina me metería antes de la hora. Era el momento más largo del día, en esa época no había siesta que valiese, mi argumento era que luego no dormía por la noche, no sé cómo llegué a esa conclusión cuando es tumbarme en la cama y caer en sueño profundo, ¡Cosas de críos!
Después de todo el día de piscina llegaba a casa pidiendo merienda-cena, porque parecía que el verano se iba a acabar mañana y no iba a tener tiempo de jugar con mis amigos. Mientras que me duchaba, mi madre preparaba lo que le pedía ( sé lo que pensáis,es una santa, lo mismo pienso yo), me lo comía a la carrera y ya estaba en la calle con veinte duros en el bolsillo para comprarme un helado de postre.


Las noches transcurrían jugando a fuga o rescate, la cosa era correr, como no habíamos hecho ejercicio en la piscina...éramos incombustibles, pasaban las horas hasta que nos subíamos a casa después del consiguiente grito desde la terraza: ¡Vamos, qué ya es hora de irse a la cama!

Ahora los veranos son mucho más diferentes que los de esa época, pero cada edad tiene sus cosas. Lo recuerdo con nostalgia, no cambiaría mis veranos por ningún otro.


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